Nuestros apreciados ancestros mayas constituyeron una civilización muy avanzada que logró comprender los efectos de la naturaleza en esta hermosa Tierra, como grandes observadores del firmamento, estudiaron al Sol, la Luna y demás estrellas, interpretaron cómo se iniciaban y cerraban ciclos en su recorrido y los registraron con gran precisión, tanto en el calendario agrícola de 365 días, como en el calendario ceremonial de 260 días, uno de los ciclos ocurría cada 21 de marzo, era la cúspide de una nueva estación, el “Equinoccio de Primavera”, la temperatura era agradable, la tierra se tornaba fértil y todo empezaba a florecer.
Siendo la agricultura su actividad principal, este fenómeno lo consideraron de gran importancia, les señalaba el momento idóneo para empezar la siembra de sus alimentos, principalmente del maíz, conocieron el tiempo que le tomaba madurar y cuándo cosecharlo, elaboraron métodos para el riego y cultivo, aplicándolos durante todo el año, incluso en tiempos de sequía.
De igual manera, se percataron que este prodigioso evento proyectaba luces y sombras en diversos lugares, por lo que decidieron edificar el Templo a Kukulcán (del maya yucateco: K´u´uk´ul Kaan“serpiente emplumada”), en su ciudad capital Chichén Itzá, en Yucatán, durante el s. XII d.C., así con trazos exactos lograron representar la llegada del “Equinoccio de Primavera” en la pirámide a través de la imagen de la serpiente, año con año celebraban la maravilla, le rendían culto y agradecían los beneficios que les proporcionaba.
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